De pronto una luz muy brillante atravesaba mis parpados. Abrí los ojos. Y pude ver que estaba rodeada de árboles muy verdes y frondosos algunos muy altos. Tanto que parecían tocar el cielo. Otros, más bajos, tenían largas y extensas ramas de hojas verdes cayendo como colmadas de tristeza. También había algunos muy robustos vestidos con enredaderas y otros mostraban colores muy dispares creando contraste con el paisaje .Mientras caminaba observaba cada una de las flores que había, algunas escondidas entre arbustos. Había gran variedad de ellas, pero solo conocía el nombre de algunas: tulipanes, margaritas, lirios, rosas…. azules. «Rosas azules?» Me pregunté. Seguí avanzando sin dejar de oír el canto de los pájaros, ocultos seguramente entre las ramas. Alguno se atrevía a arrancar el vuelo y pasar de una a otra. Me sentía muy cómoda y tranquila, pero muy confundida al mismo tiempo. ¿Dónde estaba?¿como había llegado hasta allí? me preguntaba. Continué andando varios kilómetros y escalé pequeñas montañas hasta llegar al borde de un precipicio. Miré al frente atónita. Las vistas desde allí eran espectaculares. Podía ver el gran bosque que había atravesado. Que me encontraba en la más alta de las montañas. Delante de mí y muy a lo lejos, había otra algo más pequeña y de la que se dejaban caer las aguas de dos cataratas. El sol brillaba llenando de luz cada rincón. Cerré un instante los ojos y disfruté de mi gran paz interior. Respire hondo y los volví a abrir. «¿Que sucede?» me pregunté. De pronto, todo se había tornando oscuro. Ya no podía ver nada. Solo a mi misma en aquel precipicio. Empecé a tener miedo y retrocedí varios pasos, alejándome del borde. La niebla se iba formando y espesando sin cesar. Y pude verme de nuevo, sin saber como, cayendo por el precipicio al espacio vacío. No podía entender nada de lo que sucedía. Mi corazón palpitaba muy fuerte y muy rápido. Cuanto más caía más temerosa y escéptica me volvía. La respiración era muy entrecortada. Caía y ¿no podía hacer nada para evitarlo?¿morir así?¿y ya está?. Me conformé, quizás pasados varios minutos aunque realmente había perdido la noción del tiempo. Estaba decepcionada por no tener posibilidad alguna de impedir mi propia muerte. Así pues, moriría sin más. Pensé en mi familia, en Eric… En que sería de ellos y en su dolor al enterarse. Y seguía cayendo. Y miraba hacía el fondo. Y por más que miraba, no podía ver nada. Tan solo el espacio vacío tintado de negro. La respiración se me entrecortaba cada vez más. Tanto que, finalmente, me quedé sin ella.
De pronto un fuerte impulso de mi cuerpo me hizo reaccionar. Coger aire desesperadamente. Y abrí los ojos, sin poder parpadear ni un solo instante. Asustada, miraba a mi alrededor y todo seguía oscuro. Buscaba con ansia un rayo de luz que me guiara y me mostrara alguna pequeña zona del lugar donde en aquel momento me encontraba. «¿Donde estoy?», pensaba. Permanecía inmóvil, respirando muy fuertemente. Dirigiendo los ojos de un lado a otro sin lograr ver nada. Creí haber perdido la vida y que empezaría a conocer el estado de la muerte. Hasta que vi un pequeño reflejo de luz filtrándose a través de las rendijas de lo que parecía ser una ventana. Me apresuraba a asimilar lo que estaba sucediendo siguiendo aquella luz. Intentaba reconocer las cosas que alumbraba. Y entonces lo descubrí. El lugar. Sabia donde estaba. En mi cama. En mi habitación. Poco a poco iba siendo consciente de que nunca me había movido de allí. De que todo había sido un mal sueño. Todo se iba iluminando cada vez más. Respire aliviada. Mi corazón ya palpitaba con más calma, pero aún apresurado. Sentí un hormigueo por todo el cuerpo, estaba paralizada. Intenté levantar los dedos de la mano derecha varias veces hasta conseguirlo. Fui paciente y esperé. Comprendí que la pesadilla me había provocado más miedo del que quizás podía soportar y, por eso, mi cuerpo se bloqueó. Ya casi recuperada, me gire levemente hacia un lado y acomode la almohada para volverme a dormir. Me esforzaba por recuperar mi ritmo normal de respiración. Inspire y expiré muy profundamente soltando todo el aire antes de decidirme, temerosa, a volver a cerrar los ojos y seguir durmiendo.